Me sumerjo en el viejo Rhine y lentamente el agua del río me abraza completa.
Veo a lo lejos una plataforma que quiero alcanzar y me dispongo a cruzar la distancia para llegar a la meta.
Empiezo a nadar asombrada por la belleza del lugar. Sin embargo, a mitad de camino el corazón se comienza a agitar.
El esfuerzo por llegar al lugar deseado está siendo mayor de lo que había imaginado.
El miedo a quedarme varada a la mitad, me comienza a embargar.
He calculado mal la longitud del trayecto y ahora los brazos y piernas no dan para más.
A punto estoy de desesperar, cuando del fondo de mi algo comienza a susurrar:
(R e s p i r a)
Detente, no te vas a ahogar.
Descansa para que puedas recargar.
Respira para que logres continuar.
Y así, con una mezcla de esperanza y confianza, me recuesto de espaldas en el agua y me comienzo a relajar antes de avanzar.
Dos prácticas que actualmente me acompañan a conectar de manera más consciente con mi respiración son la meditación y el yoga.
Ambas me han ayudado a reconocer que la respiración, además de hacer circular el aire que me mantiene con vida, también me permite anclarme en el momento presente para relajarme, apreciar, tomar impulso, soltar, crear espacio, ir más profundo y transformar.