El corazón me palpita en la garganta y mis piernas no dan más para caminar.
Cada paso agranda la incomodidad y el cansancio de mi cuerpo.
Me cuesta respirar y los zumbidos de los insectos que pasan volando a mi alrededor no hacen más que sumarse al malestar.
Solo pienso en dar la vuelta y regresar por donde vine o detenerme, acostarme en el suelo y aferrarme a algo fresco.
Camino con estos pensamientos en la cabeza cuando, de pronto, llegamos.
No hay cascada al final del camino como prometían los letreros, pero todo alrededor es verde y el viento fresco me vuelve a llenar los pulmones de aire.
Me siento en una roca a admirar el lugar.
A pesar de no haber caída de agua, el sonido de unas cuantas gotas sobre la vegetación abundante me transmite energía y me reconforta.
Me acerco hasta donde las hojas verdes me permiten pasar antes de cerrar con su espesura el camino.
Oigo el agua, siento el viento.
Cierro los ojos y agradezco a la naturaleza por su inmensidad.
Honro a mi cuerpo por el esfuerzo de haberme traído hasta aquí y le permito descansar.
El viento sopla una vez más haciendo cantar a los árboles y con un rezo silencioso, me despido de este mágico lugar.
~ Gabriela Dorantes.
Ojalá nunca me olvide de que antes de salir a compartir, necesito escribir y repirar para mí.
El gran Sí.
~ Sofía Villalonga
Aprovechando la llegada de una nueva estación del año, les comparto algunas publicaciones que pueden inspirarles a conectar con la naturaleza que nos habita y rodea:
Qué diferente es llegar a un lugar con el coche, en cinco minutos, y con tu propio cuerpo, sudando, esforzándote. El paisaje no es solo lo que vemos, es cómo nos integramos en él, y para hacerlo necesitamos atravesarlo físicamente. Me encanta tu descripción de ese camino a través de la jungla, me reconozco tantas veces en él!